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Una de mis alumnas de Montessorizate me ha permitido compartiros un pedacito de sí misma, y eso siempre es un regalo. El próximo 25 de noviembre es el ‘Día internacional de la eliminación de la violencia contra la mujer’. Siempre que se habla de violencia a la mujer se simplifica en violencia física, incluso mortal, pero hay otras muchas más formas de violencia que son el caldo de cultivo para la primera. Como se puede ver en el relato las mujeres también somos víctimas de otras muchas que pasan casi desapercibidas en nuestra sociedad, violencia psicológica, violencia laboral, violencia por ser madres y por no dejarnos serlo… Os dejo con Celia Marín Pérez, autora de este precioso relato, ganador de un concurso literario con motivo del Día de la Mujer

“La humanidad se lo merece”

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Esta vez llegó antes que sus compañeros. No había podido dormir en toda la noche. Había huído de la cama ante una batalla perdida contra su insomnio. No podía dormir bien ya no sabía ni el tiempo que hacía. Hizo el camino andando como siempre, pero no fue igual, a medida que se alejaba de casa sentía como su vientre se iba desgarrando, a medida que se alejaba de casa más impotencia sentía consigo misma, caminaba en contra de su propia voluntad.

Abrió la puerta de su despacho como quien abre la habitación de un hotel, con muchas ilusiones inocentemente dibujadas pero con la desconfianza de haber acertado en la elección. Cuando encendió la luz y miró su mesa se sintió una extraña en lo que antes, hace relativamente poco tiempo, había sido su vida, su pasión, su entrega y su orgullo. Se sentó en su sillón y miró su tablón, sintió otra punzada en el estómago, qué lejos le quedaba todo aquello, ¿qué había pasado?

Ahora todo había cambiado, eso pensaba, pero la que había cambiado era ella. La fuerza de la madre naturaleza luchaba en contra de todo aquello que había labrado en su vida, para lo que había sido educada y para lo que ella tanto había luchado. Había decidido no pedir la excedencia ¿Por qué no lo había hecho? Y ahora que había llegado el día, estaba rota.

Miró su teléfono. Pensó en llamar para calmar su ansiedad pero abandonó enseguida esa idea, tenía que ser fuerte, tenía que aparentar que era una mujer preparada para este momento de su vida, para contradecir a su propio instinto ¿En qué momento de la historia todo se volvió del revés? ¿Por qué esta sociedad que hemos construido y de la que nos gusta tanto presumir como demócrata, defensora de los derechos humanos y de las libertades nos empuja silenciosamente a contradecir nuestra propia esencia? ¿Se trata del precio que las mujeres tenemos que pagar por haber avanzado en derechos frente a los hombres?

Algo le llamó la atención encima de su mesa. Alguien lo había dejado cuidadosamente preparado para que lo viera. Esa letra la conocía muy bien. Se quedó paralizada. Otra punzada en el estómago le hizo encogerse. Su jefe, el que le había prometido que no encontraría a nadie mejor que ella para sustituirla en su ausencia, le había dejado un sobre firmado de su puño y letra. Le pareció que ya había vivido esa situación en otro momento, con un sobre similar, pero no pudo recordarla bien, su mente cabalgaba a galope entre su corazón y su razón. Comenzó a abrir el sobre con las manos temblorosas, cada vez estaba más segura de que ese no era el lugar en el que debería de estar.

– ¡Pero bueno! ¿Quién está aquí? -Pepita llegó justo antes de que pudiera ver el contenido del sobre- ¿Cómo estás? ¡Pero qué guapa, estás estupenda, ya hubiera firmado yo para quedarme como tú, qué disparate!- lo guardó debajo de su agenda.

Pepita nunca le había hablado más de tres palabras seguidas pero ese día quería conocer de primera mano todas sus novedades. Puso su mejor sonrisa pero su gesto no cambió demasiado. Había llegado ese momento en el que había pensado tantas veces, en el que tendría que disimular tantas emociones ¿Cómo haría para poder disimular su tristeza? ¿Cómo haría para no parecer una mujer débil que no quiere trabajar, por lo menos no todavía y disimular su vergüenza por ello? ¿Cómo reconocer que sus prioridades habían cambiado? No podía compartir esto con nadie. Se sentía sola, incomprendida, a contracorriente en un río turbulento. Toda una vida soñando y luchando por conseguir un trabajo, el que ella siempre había anhelado, un trabajo en igualdad de condiciones que un hombre; y ahora, descubre con toda su fuerza el poder de la naturaleza que no quiere esa igualdad, no en esta etapa de su vida, ahora descubre que la misma cultura que le inculcó esa igualdad es la que debería comprender su necesidad de cuidar, atender, proteger y amar ¿tan difícil era de entender?

Recibió el cariño de sus compañeros con agrado, le vinieron bien unas risas pero enseguida se quedó de nuevo sola en su despacho, frente a su mesa. Deslizó su mano derecha debajo de su agenda, tocó el sobre que su jefe firmaba con la pluma que los compañeros le habían regalado en su último cumpleaños, ella misma la eligió ¿por qué se había tomado tantas molestias? Él nunca hace nada sin pensar en las consecuencias que provocan sus actos, es más, había entrado a su despacho.

Desde ese gigantesco ramo de rosas que llegó al hospital y su llamada de felicitaciones, no había vuelto a hablar con su jefe. Su relación se había enfriado como lo hace la lava al salir del volcán. Desde aquella comida de Navidad todo había cambiado.

Desde aquella comida de Navidad cuando se acercó y le arrancó las manos de su compañera cuando bailaban y cantaban “Bésame otra vez, bésame otra vez” a gritos y haciéndose oír por encima de la disco móvil. Desde aquella comida de Navidad en la que empezaron a bailar sin tocarse, entre risas y bromas. Ella siempre había notado que le gustaba y había aceptado sus palabras cariñosas, sus bromas que le hacían ruborizarse con una sonrisa y a ser simpática casi sin ganas. Se aseguró de que se enterara de que tenía pareja formal, que estaba locamente enamorada, pero no sirvió de mucho. Él siguió con ese tonteo que hace subir la autoestima a una mujer -esa autoestima que no debería de depender de lo que nos dijeran los demás, ni un hombre ni nadie- y te dejas querer sin sobrepasar la línea. Además, era su jefe, tenía que seguirle el juego aunque en ocasiones se sintiera como una marioneta sexual ¿Por qué una mujer no se siente con suficientes razones para parar esto? ¿Por qué mantener esta situación es algo de lo más natural y lo realmente natural se esconde, se humilla?

Cambió la canción, la agarró fuerte apretándola hacia su cuerpo con el brazo contundente a su espalda, ella lo miró riéndose, en ese primer momento creía que todo iba a quedar en un baile sin más. La canción siguió y él la apretaba cada vez con más fuerza contra su cuerpo, ella empezó a sentirse prisionera. Sudaba y su sonrisa se desdibujó de su cara. Él sentía que estaba muy agobiada y quería separarse, pero no hizo nada por evitarlo. Y entonces se alejó de él con firmeza, lo dejó en medio de la pista de baile solo y avergonzado. Había pasado la línea y él lo sabía.

El temblor le dejó abrir el sobre sin romperlo, solo dos palabras escritas, solo dos palabras que le destrozarían la vida y que, sin embargo, le dejarían ser feliz:

Estás despedida.

Y de repente se despertó de un sobresalto, miró a su lado y su bebé dormía dulcemente junto a ella. Había vuelto a soñar con su despido, su jefe desde aquella comida de Navidad se había distanciado mucho de ella. Ya no hubo risas, ni bromas ni miradas. A los quince días de comunicarle su embarazo la despidió con un mísero mensaje en un sobre. Después de todo lo que ella había luchado por la empresa, después de todas las horas extras, incluso trabajo llevado a casa -que en ambos casos no había cobrado por supuesto-, después de todas las veces que había soportado las bromas de su jefe, después de todo el esfuerzo sacrificando su vida personal y su dignidad, había sido despedida sin más ¿Es que tendría que haberle dejado que la siguiera tratando como un objeto? ¿Acaso tendría que haber planificado su vida familiar en función de la empresa? ¿Por qué? ¿Para qué? En realidad lo había hecho y de nada sirvió.

Cogió el móvil de la mesilla. Miró la fecha. Precisamente esa misma mañana se tendría que haber incorporado al trabajo después de las 16 semanas de baja maternal que nunca tuvo, precisamente esa mañana estaba donde quería estar, donde su instinto, su corazón y su razón le pedían estar. Era feliz.

Miró a su hija con los ojos llenos de lágrimas. Un ser humano inocente que la naturaleza había hecho mujer, le había dado el grandioso regalo de poder traer una nueva vida al mundo a la que proteger y entregar un amor incondicional ¿Por qué en nuestra sociedad ese regalo se vuelve en contra? En contra de las mujeres. En esta sociedad donde se sobrevalora el tener un empleo que sea el eje y la pasión sobre el que escribas tu existencia, es muy difícil de aceptar como mujer, que todo ha sido un engaño, que en la maternidad una mujer no puede negar su entidad, su esencia, su instinto, su pasión y amor hacia su criatura. La mujer debe luchar por los mismos derechos laborales –y no laborales- que un hombre, pero también debe de luchar desde su privilegio de ser madre por el derecho de poder cuidar de su criatura de forma digna, como esa nueva persona se merece, como la humanidad se merece.

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